Los polvorines del Rancho de la Bola y la Explosión de Cádiz de 1947

El 29 de agosto de 2011 visité los polvorines del Rancho de la Bola, situados al pie de la Sierra de San Cristóbal, muy cerca de la población de El Portal, en Jerez de la Frontera. Allí fueron depositadas las 491 minas submarinas alemanas que sobrevivieron a la explosión sucedida el 18 de agosto de 1947 en las instalaciones de la Base de Defensas Submarinas de Cádiz, que dejó 150 muertos, más de 5.000 heridos y cientos de damnificados. Había quedado con Agustín García Lázaro, uno de los impulsores de la plataforma ciudadana que intenta recuperar estos terrenos para el ocio y disfrute de la sociedad civil, así como para la conservación histórica de lo poco que va quedando en pie de esta base militar. Algo idéntico es lo que pretende hacer desde hace tiempo mi buen amigo Miguel Ángel López Moreno con los polvorines de Fadricas, situados en la localidad de San Fernando. Espero que ambos tengan suerte y que el Ministerio de Defensa pase de la desidia a la cesión definitiva.

A bordo del coche de Agustín nos adentramos por el carril alquitranado de la entrada, donde cuando era más joven recuerdo que había un cartel con el nombre «Rancho de la Bola» sobre losetas cerámicas de color azul con las letras en blanco, que hace tiempo ha desaparecido. A escasos metros de la carretera general observamos a la derecha una pequeña alberca vacía y a la izquierda lo que fue la enfermería, la camareta de suboficiales y los sollados de marinería. La verdad es que casi nada ha quedado en pie.

Poco más adelante están los tres almacenes en que fueron depositadas las minas por primera vez en 1954: los número 4, 5 y 6. Antes de ahí habían estado dentro de las cuevas artificiales del Cerro de San Cristóbal, donde esperaron siete largos años a la lenta construcción de estos polvorines. Parece increíble que en cincuenta y siete años que han pasado desde entonces se encuentren en la deplorable situación actual, con techos semiderruidos, despojado de cualquier herraje metálico, expoliado de cualquier cosa que pudiera tener valor y convertido en corral de cabras de algún pastor de la zona que los ha convertido en una propiedad suya. En las imágenes siguientes puede comprobarse su triste evolución.

Almacenes de minas en 1954. Fotografía de José A. Aparicio Florido
Almacenes de minas en 1954. Fotografía de José A. Aparicio Florido
Pabellos de entrada del Rancho de la Bola. Fotografía de A. y J. García Lázaro.
Pabellos de entrada del Rancho de la Bola. Fotografía de A. y J. García Lázaro.
Almacenes de minas en 2010. Fotografía de A. y J. García Lázaro.
Almacenes de minas en 2010. Fotografía de A. y J. García Lázaro.

Frente a estos almacenes están los polvorines subterráneos, en los que se guardaba la pólvora y otro material sensible a salvo del calor y de la humedad. Son 5 estrechos túneles paralelos y comunicados entre sí, flanqueados por habitaciones donde se debieron almacenar los barriles de explosivos. El ambiente es muy fresco e incluso parece notarse una circulación de aire de un sistema de ventilación muy artesano. De hecho, sobre el talud de arena se pueden ver tres chimeneas por las que saldría el aire más cálido del interior.

Entrada a uno de los polvorines. Fotografía de José A. Aparicio Florido.
Entrada a uno de los polvorines. Fotografía de José A. Aparicio Florido.
Camino de acceso a los polvorines (derecha). Fotografía de José A. Aparicio Florido
Camino de acceso a los polvorines (derecha). Fotografía de José A. Aparicio Florido

Tras esta visita al Rancho de la Bola marchamos hacia lo alto del Cerro de San Cristóbal, donde había otra base militar del Ejército de Tierra. Dentro de este perímetro hay numerosas cuevas artificiales horadadas en la roca por maestros canteros, que han dejado en sus entrañas espacios realmente singulares y maravillosos, además de peligrosos por la posibilidad de derrumbes. En cuatro de ellas fueron alojadas provisionalmente las minas de Cádiz el 22 de agosto de 1947, cinco días después de la gran explosión. Una de ellas es la cueva de los Navarros, a la que nos dirigimos en primer lugar. Debió ser de las más grandes (de estas cuatro) y el refugio principal de las minas alemanas. Gran parte de una de las cúpulas areniscas se ha derrumbado y algunas entradas parecen haber sido cegadas intencionadamente por la mano del hombre.

Nave principal de la cueva de los Navarros. Fotografía de José A. Aparicio Florido
Nave principal de la cueva de los Navarros. Fotografía de José A. Aparicio Florido
Zona interior mejor conservada (sin derrumbes) de la cueva de los Navarros. Fotografía de José A. Aparicio Florido.
Zona interior mejor conservada (sin derrumbes) de la cueva de los Navarros. Fotografía de José A. Aparicio Florido.

Esta cueva de los Navarros me pareció mucho más pequeña de lo que yo esperaba, por lo que pensé que debía contar con otras entradas. Sin embargo no fue así. Dimos una amplia vuelta alrededor, pero no encontramos nada. Lo que sí observamos en el suelo fueron varios tubos de unos 15 cm de diámetro que salían del suelo y que daban la impresión de ser respiradores de alguna zona interior. Si es así, la cueva debía ser verdaderamente amplia, tal vez más de cuatro veces la parte que todavía se puede visitar.

Tubo ¿respiradero? de la cueva de los Navarros. Fotografía de José A. Aparicio Florido.
Tubo ¿respiradero? de la cueva de los Navarros. Fotografía de José A. Aparicio Florido.

Un camino interior nos conduce a una segunda cueva (y última de nuestra visita de ayer) denominada en los planos como D-5, cuyo acceso está totalmente cegado por espesas higueras y restos de derrubios. La protege una edificación abandonada de tipo almacén, con doble tabique exterior y una gruesa cámara de aire entre el revestimiento interior y exterior, con pequeños respiraderos en la parte superior. Parece sin duda el lugar en el que se debieron guardar espoletas, explosivos, fulminantes, multiplicadores y otros aparatos de fuego de las armas depositadas en las cuevas, que hasta 1954, como decimos, fueron las minas de Cádiz.

Cueva D-5. Fotografía de José A. Aparicio Florido.
Cueva D-5. Fotografía de José A. Aparicio Florido.
Casa-almacén. Fotografía de José A. Aparicio Florido.
Casa-almacén. Fotografía de José A. Aparicio Florido.

Quise ver también la cueva de los Pinos y la de Marina, que fueron las otras dos en las que estuvieron las minas de Cádiz, pero se hacía tarde y tampoco quise abusar de la bondad de mi acompañante. Lo dejaré para otra ocasión.

Visita el artículo de A. y J. García Lázaro en la web «Entorno a Jerez»: http://www.entornoajerez.com/2010/01/el-rancho-de-la-bola.html

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